Un pueblo histórico al sur de la provincia cordobesa, con balnearios a
orillas de arroyos cristalinos, pinturas rupestres y circuitos para
recorrer a pie o a caballo.
Apenas se entra en Achiras , al sur de Córdoba , se siente bienestar por haber llegado al lugar que representa el reposo, el sosiego y el equilibrio. A 70 kilómetros de Río Cuarto,
este pueblo es un refugio que permite recorrer las sierras que lo
circundan y dormir la siesta plácidamente, mientras suena el crepitar
del agua de un arroyo.
Si se tiene la habilidad para dormir esas siestas absolutas, al
despertar se hallará uno en consumada plenitud, caminando por lugares
que se van conociendo sin esfuerzo: las casas viejas de la calle
Cabrera, la plaza Roca –donde estaba el fuerte– y la iglesia de Las
Mercedes.
El domingo, a la salida de la misa, se descubrirá que se conoce a casi
todos los vecinos. Ya habrá sido recibido en lo de doña Susana y también
habrá aceptado con gusto unos mates calentitos con peperina y buñuelos.
Algunos viven allí, muchos van desde siempre. Los vecinos son los
referentes idóneos para recomendar los lugares más bonitos para visitar,
tanto a pie como a caballo.
Una mañana se montarán con los chicos unos caballos tranquilos y con
todo el tiempo del mundo se entrará en caminos que se pierden entre las
sierras. Y se andará por senderos enterrados entre los pedregullos y los
pajonales indomables. Al paso se llegará al pequeño y profundo espejo
de agua llamado La Ollita, encajado entre enormes piedras que forman
trampolines naturales.
Pasando un cerro se encuentra un arroyito playo con piedras que el sol
ha blanqueado desde que el mundo es mundo; un arroyito que con seis
pasos se cruza, desde una orilla cubierta de pasto tierno a la otra. Se
cruza y luego se tumba uno a la sombra de los árboles, escuchando el
aplauso suave que las hojas verdes le hacen a la brisa.
La niña aparece sobre una yegua petisa. La yegua inclina su fuerte
cogote hacia las aguas cristalinas del arroyo, y bebe. En el fondo del
agua, un grupo de cangrejos negros se esconde debajo de una piedra.
Bordeando el arroyo se llega a El Ojito.
Debajo de un alero se descubren pinturas rupestres indescifrables. Sólo
entendemos esto: “Aquí estuvo alguien que tuvo una vida; fue chico,
parió, fue feliz, sufrió y amó”. Comechingones, ranqueles, gente cuyos
nombres se perdieron, pasaron siglos en estas sierras.
También en el cerro Inti Huasi asoman pinturas y hay morteros junto a las piletas naturales que ofrece el arroyo Los Coquitos.
En Achiras no se busca la cordillera monumental ni el colosal océano. En Achiras
son humildes los cerros, las callecitas, los arroyos, las personas, las
casas y las cañadas. El agua que se toma proviene de vertientes y por
la noche no se oyen rugir las motos alrededor de un boliche.
La atracción más popular de Achiras
es el balneario, donde los chicos se divierten y los grandes se remojan
y descansan. Cuando empieza a caer la tarde, se ven los árboles
reflejados en el agua del estanque meneándose en una danza sin música.
Los árboles se agitan borroneados y poco a poco vuelven a dibujarse
nítidos en la calma perfecta que caracteriza a las sierras cordobesas.
Achiras no
necesita ser ostentosa ni espléndida. Tiene la solidez de la raigambre.
Muchas familias que tienen su casa son criollos que hunden sus
antepasados en la historia argentina. No hay muchos pueblos argentinos
fundados en el siglo XVI que se conserven como tales.
Un vecino saca a relucir un documento en el que consta que su
tatarabuelo le vendió mulas al Ejército Libertador. En la piedra, junto
al arroyo en que tomamos mate, se sentaba nada menos que Lucio V.
Mansilla. Es que Achiras es un pequeño mundo íntimo en la paz de las sierras.
Fuente: Clarín Viajes
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