Pasito intermedio entre Purmamarca y Tilcara, Maimará
parece encender aún más los suelos y se consolida como un nuevo destino
de renombre en pleno centro de la quebrada, a 2383 m.s.n.m. Al llegar,
el pueblo llama la atención en varios aspectos, en especial por el
cementerio: emplazado en la altura de un cerro, ese lugar destacado y
más cercano al Tata Inti es especial para los que ya se han ido. Ese
sitio central, adornado con flores de papel, lejos de ser un espacio
apartado es parte de la escena diaria del pueblo.
A nivel paisajístico, Maimará tiene a sus espaldas un cerro parecido al Siete Colores, llamado turísticamente Paleta del Pintor, desde donde se oyen pasar las aguas del Grande. Acá se vive el Carnaval
con todo, visitado por las tradicionales comparsas y otros festejos con
música folklórica en celebraciones y encuentros gastronómico-culturales
como el Festival del Choclo. Cerca, la antigua casona
colonial Hornillos –que fuera posta obligada en la ruta que unía el Alto
Perú con el Virreinato del Río de la Plata, y donde descansó el general
Belgrano tras las victorias de Salta y Tucumán– abre sus puertas de museo para repasar la historia.
Cabecera del departamento, Tilcara
espera ocho kilómetros más al norte. Radiante, invita a bailar y
festejar la vida en cada rincón. Lugar de baile hasta la madrugada y eje
de borracheras épicas, El Quincho, a la vuelta de la plaza central,
convoca a jóvenes y adultos a puro carnavalito, mientras algunas bandas
de “otro palo” llegan con el controvertido y multitudinario Enero Tilcareño.
Sea como sea, la música vive día y noche aquí como el sonido del agua
del Huasamayo. De fuerte impronta colonial, las calles centrales
muestran enormes baldosones hexagonales y fachadas tradicionales con
faroles de hierro negro que se encienden cuando cae la tarde, y entonces
el clima es aún más acogedor para quien visita. Conocida como “capital arqueológica de la provincia”, Tilcara tiene como visita ineludible el famoso Pukará,
la mejor conservada de una serie de fortalezas indígenas de la época
preincaica, y otros museos a cielo abierto para desandar el camino de
quienes pisaron estos suelos hace miles de años. Cuentan por ahí que sus
ancestros eran también expertos tejedores y alfareros, y esas
enseñanzas se han trasladado a los puesteros que hoy exponen sus
creaciones en el mercado de la plaza central. A nivel aventura también
hay qué hacer, desde las cabalgatas al rapel en otro de los circuitos
recomendables: la Garganta del Diablo. Allí se baja por
la gruta donde pasa el agua que llega a la ciudad, tras dos horas de
caminata por senderos semi marcados que se internan entre los cerros. El
destino final busca una gran cascada que al caer genera una olla
perfecta, y es premio de quienes llegan exhaustos buscando refrescarse
antes de regresar.
Fuente: Página 12 Turismo
No hay comentarios:
Publicar un comentario