Dicen que el alma de los comechingones vuela en cada águila o cóndor que atraviesa el cielo de Traslasierra. Ese arraigo a los orígenes y a la vida en pleno contacto con la naturaleza se nota en Mina Clavero de manera especial. Este recodo ubicado al pie de las Sierras Grandes, a 150 kilómetros de la hiperactiva capital de Córdoba, es ni más ni menos que la puerta de entrada para descubrir el pródigo Valle de Traslasierra. Allí, entre picos azulados y la vista vigía del emblemático Champaquí, se desperdiga una seguidilla de localidades como Yacanto, San Javier, Villa de las Rosas, Los Molles, Villa Dolores, Los Hornillos, Las Tapias, Cura Brochero y Quebrada de los Pozos. En todas ellas, distintas pero siempre bajo un mismo registro nativo, se ofrece una férrea comunión con la naturaleza, aire puro y un río cercano para bañarse. Terapias alternativas, reiki y productos orgánicos se suman a la propuesta naturista.
El disminuido cauce del río Mina Clavero refleja el problema hídrico aún vigente en la región.
Pese a que Mina Clavero es una importante localidad turística, la tríada de ríos, diques y arroyos parecen tener lugar para todo el mundo sin colapsar. Sin embargo, esos ríos que la atraviesan y dan origen a numerosos balnearios con playas de arenas o piedritas sufren hoy la falta de caudal. Las discusiones puertas adentro en torno al trato de los recursos hídricos es el gran tema de estos últimos años, y si bien en invierno es normal que no llueva, no todo es culpa del clima, y hay quienes creen que la sequía sirve a algunos productores vecinos para sus cosechas. “La cosmovisión andina habla de la tierra, la lluvia y el aire como factores centrales de la vida. Dañar alguno de estos elementos es dañarse a uno mismo”, asegura Eugenia Bouchon, vecina de la localidad de Nono, quien también añora los fuertes aguaceros que alimentaban históricamente los ríos, sin duda el orgullo local.
Días de río
Aquí hay un ritmo de pueblo, no de ciudad. Al punto de que algunos se preguntan si ésta es la famosa Mina Clavero
que desborda de gente en verano. Efectivamente lo es, y como toda
ciudad turística, cambia radicalmente en épocas no vacacionales. Pero
los ríos siempre están, y son tres los que dan lugar a múltiples playas
para empezar desde ahora a disfrutar del sol y el agua. El Mina Clavero,
que nace en las Altas Cumbres y continúa abriéndose camino en medio de
la ciudad, posee frías aguas, que se unen con las del río Panaholma,
reconocidos por sus aguas mesotermales de propiedades curativas, que se
disfrutan al aire libre y desde las playas de arenas finas. Camino
abajo, de Norte a Sur, su encuentro con el Mina Clavero
da vida al principal espejo del valle, el río Los Sauces, que más
adelante alimenta al dique La Viña y luego al dique Nivelador, hasta
desaparecer en los bañados de San Pedro. Una buena forma de empezar la
recorrida es alejarse del centro de la ciudad unos 1500 metros hasta
Nido del Aguila, una olla cercada por enormes paredones que hacen las
veces de trampolín. En este escenario, quizás el más paradisíaco de la
zona, el reto es para los valientes clavadistas que se lanzan de los
mogotes (algunos llegan a los ocho metros de altura) hacia las
profundidades más importantes del Mina Clavero,
que se encajona entre las moles de granito esculpidas por la erosión
del aire y del agua. Es, en resumen, una pileta de dimensiones gigantes,
con algunos sectores que superan los tres metros de profundidad. Pese a
la escasez de agua en algunos sectores, aún se puede disfrutar de
rápidos que se asemejan a saunas e hidromasajes naturales, debido al
paso salvaje y a veces un tanto violento de las aguas entre las rocas.
Eso pasa en Los Cajones, sobre el cauce del río Los Sauces, donde el
agua transita la cuenca cerrada. Al final de estos “cajones”, la cuenca
se abre y surge a ambos costados una formación rocosa elevada que simula
la figura de dos elefantes. Esos lugares son tierra y piedra fértil
también para el rapel, la escalada, las caminatas recreativas y algunas
cabalgatas, con la opción colateral de avistar aves y fauna salvaje muy
propia de la zona. Asimismo, la pesca de truchas y pejerrey (que se come
fresco en varios restaurantes locales) es otra de las actividades en
ríos y diques, con datos y servicios para el pescador en el Club de
Pesca.Ya de paseo por la ciudad y sobre todo los domingos, las exposiciones de los artesanos y algunos encuentros culturales en el Teatro El Candil, con la famosa Doña Jovita, comienzan con luz de día y suelen ser acompañadas por presentaciones de títeres y teatro callejero a partir de estas fechas, que convocan a jóvenes y adultos en torno de su plaza mayor. El recorrido por las calles céntricas implica indefectiblemente tentarse con los locales comerciales, que ofrecen desde la recurrente peperina para el mate al aceite de oliva extra virgen, y desde las canastas de mimbre a las piedras de colores y propiedades diversas. Por las noches, mientras algunos eligen el concurrido casino otros saben que la cita es sobre la San Martín, si se desea probar platos típicos. Desde ya, se degusta el infaltable fernet en cada esquina, pero acompañado no de cuarteto sino de las viejas zambitas que se cuelan por los ventanales coloniales de Atahualpa, el reducto folklórico al que llegan principalmente artistas de provincias vecinas y del Noroeste cordobés, de lo más fuerte en la materia.
Don Falcon
Hecha la recorrida de rigor, algunos visitantes matean en la Plaza San
Martín, de curioso puente metálico, que hace una especie de “L” hasta un
salón ubicado en el centro verde y florido. Sobre uno de sus ángulos,
un artista completa dibujos y figuras de los cuatro elementos de la
naturaleza con venecitas, seguramente para dejar a punto a comienzos de
la temporada. Esa es toda la actividad que se ve y escucha en pleno
centro. Ha pasado el mediodía y en un chasquido de dedos la gente
desaparece de las calles, mientras otros recorremos la ciudad con cierto
aire de envidia y esa pregunta recurrente: “¿Podría vivir aquí?”. A
ella le sigue una poco trascendental, pero no menos importante: “¿Dónde
quedaba la Residencia Serrana? Las calles de Mina Clavero
están dibujadas por sus sierras, y sabido es que no se caracterizan por
la regularidad en el trazado. Pero si algo maravilloso tiene este sitio
y muchos de los pueblos y ciudades chicas además de los paisajes, son
sus personajes. Un Renault 4 L de la década del setenta, impecable, pasa
por la calle desolada y presiente al desorientado. “Buenas”, dice Don
Falcón, que ofrece llevar a este visitante a su hospedaje. Falcón es lo
más parecido a lo que uno quisiera ser de viejo, y parece estar
recorriendo sus últimos años con la satisfacción de una vida plena. Se
le ve en los ojos. Anda despierto porque era mozo de un hotel céntrico
por las mañanas, y plomero por la tarde. “Entonces, como no había tiempo
para tirarse andábamos por el río con los amigos, con la familia. Ahí
cerquita de donde usted va”, cuenta. La Residencia Serrana, como Falcón,
es otro ejemplo local. Se trata de un viejo complejo de 1922, de fuerte
estilo colonial, y pegado al cauce del Mina Clavero,
a unos mil metros del puente central. Sus muros se levantaron con
piedra de las sierras, cortada a cincel en “moldes grandes” y pegados
con cal criolla traída de Altauitina, localidad vecina, ante la ausencia
de cemento. La edificación es similar a la de otros hoteles construidos
por la presidencia del general Perón en la provincia, con miras al
esparcimiento de los trabajadores municipales, como el emblemático
complejo de siete módulos en Embalse, Río Tercero. Además de
instalaciones confortables, amplios comedores populares, salas de juego y
pileta, el lugar se emplaza en una sierra fina que hace las veces de
mirador de un balneario, al cual se tiene acceso directo. Desde allí se
baja a la boca del Mina Clavero, que separa esta parte del pueblo con las casitas perdidas en la sierra, del otro lado.
Altas cumbres
Estar cerca de los picos más renombrados de la región y de algunas
localidades famosas es una tentación. Una buena opción de un día para
conocerlos es tomar el trayecto Los Túneles, un paseo que atraviesa,
entre otros lugares, la vecina Villa Cura Brochero, que recuerda al
popular cura gaucho. O tomar un antiguo camino de ripio que sale de Mina Clavero
y conduce al “Puente del Cura”, en su honor, desde donde parte una
huella poco marcada, por donde los cuatriciclos hacen de las suyas. Ese
camino desemboca en la quebrada del arroyo San Lorenzo, y ofrece una de
las vistas hacia “el” destino a conocer: las Altas Cumbres. El camino de
ascenso desde Mina implica adentrarse en una ruta que se menea a
derecha y a izquierda incansablemente, y dibuja zigzags que ladean los
filos de las montañas. Por momentos hay vértigo y también adrenalina en
la media hora pisando fuerte el acelerador que lleva al reino de
paisajes imponentes de precipicios y nieblas. Cuenta Sebastián, dueño de
la camioneta que nos transporta, que el camino viejo a las Altas
Cumbres era complejo y lento, pero pasaba por pueblitos perdidos, con
grandes historias. Villa Benegas, el puesto serrano La Mesilla, el
paraje La Ventana y unos 14 kilómetros al Norte el hogar-escuela Fray
José María Liqueño son algunas de esas postas. Otro imperdible es Las
Palmas, y Pocho, una pequeña villa que atesora una capilla de 1776, con
leyendas sobre el origen del pueblo. El microclima en esta zona es
impresionante, y como ocurre en el paso de San Miguel de Tucumán a Tafí
del Valle, lo que es sol y clima seco se transforma acá en humedad y
niebla espesa hasta las entrañas de la Pampa de Achala, custodiada por
los macizos de Los Gigantes al Norte, las cumbres de Achala en el centro
y la parte de la Sierra de Comechingones, al Sur, con el cerro Campaquí
(2790 metros) como su límite austral.De regreso a la ciudad por la misma Ruta 34, un lugar recomendable para comer e indagar aún más en el pasado de la región es La Posada del Qenti, un paraje antiquísimo convertido hoy en resort de montaña. Su predio linda con el Parque Nacional Quebrada del Condorito y está dentro de la Reserva Hídrica Provincial. Con más de 200 años de vida, algunas de sus paredes de piedra y sectores preservados rememoran el paso de las antiguas carretas y caballos que descansaban en esta posta, denominada así por proveer de alimento y hospedaje a los mensajeros y viajeros de entonces.
Fuente: Página 12 Turismo
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