Con una extensión de 1,4 millón de hectáreas, los Esteros
del Iberá conforman la reserva natural provincial más
extensa de la Argentina. Y no sólo se trata de tamaño, sino también de
misterio, ya que este particular ecosistema incluye vastos territorios
muy poco explorados, con una geografía, fauna y flora que sorprenden a
todo aquel que se introduce por primera vez en esta enigmática región,
poblada de lagunas e islas flotantes.
Estas tierras y aguas -humedales, si se quiere ser estricto- estuvieron
originalmente habitadas (se estima que antes de Cristo) por grupos
denominados Caingang, que a partir del siglo XIX fueron desplazados por
los guaraníes. La colonización occidental se dio a principios del siglo
XX, y recién en 1983 se creó por ley la Reserva Natural Iberá. Fue el
primer intento de proteger este conjunto de bañados, arroyos, esteros y
más de 60 lagunas.
La puerta de acceso a los Esteros
del Iberá es la ciudad correntina de
Mercedes. Hasta allí llega el pavimento. Luego es necesario acceder a Colonia
Carlos Pellegrini, el poblado que se ubica dentro del
humedal. Para realizar esta conexión hay que recorrer por caminos de
tierra unos 120 kilómetros por la Ruta Provincial 40, en un trayecto que
demora unas 4 horas. En caso de no tener un vehículo con tracción 4x4 y
en buen estado, se recomienda contratar en Mercedes una excursión, o
pagar transportes en camionetas u ómnibus.
El origen de Carlos Pellegrini data de 1923, pero en
realidad nació mucho tiempo antes bajo la forma de asentamiento de
cazadores y como emplazamiento de los jesuitas. De a poco, el poblado
-que lleva su nombre en homenaje al ex presidente argentino- se ha
convertido en una suerte de meca del turismo ecológico. Es habitual
escuchar allí diálogos en idiomas extranjeros, mezclados con el
inconfundible acento de los gauchos correntinos. El solo hecho de
recorrer Colonia
Carlos Pellegrini y sus alrededores ya conforma una experiencia muy
atractiva. Desde el ingreso al poblado, antes de cruzar el puente de
acceso, se puede tomar contacto con los guardaparques y con buena
información sobre la historia, la geografía, la fauna y la flora
locales.
Para el turista, la mejor forma de vincularse con este ecosistema es
adentrarse en las lagunas. Iberá es el espejo de agua más accesible, ya
que allí se ubica Colonia
Carlos Pellegrini. Los paseos en lancha salen desde la costa del
poblado y pueden realizarse de día y de noche. La madrugada y el
atardecer son los horarios más recomendables para apreciar una mayor
actividad de la fauna.
Las lanchas utilizan el motor en un primer tramo, pero luego, al
acercarse a las islas flotantes, el guía utiliza un palo de madera para
impulsar la embarcación tomando impulso con el fondo de la laguna. El
efecto visual es el de estar en presencia de un lejano y agreste
pariente de los «gondolieri» venecianos.
Un paseo en torno de las islas flotantes conecta con carpinchos (el
mayor roedor del mundo) y yacarés negros que suelen tomar sol,
petrificados y con la boca abierta sobre los bordes de los islotes.
Algunos ejemplares pueden llegar hasta los dos metros de largo y pesar
más de 50 kilos. Pese a su fabulosa dentadura, la quietud que presentan
estos reptiles les hace perder algo de respeto ante el turista común.
También se pueden divisar los ciervos de los pantanos y ejemplares del
noctámbulo aguará guazú. Ambos mamíferos son todo un hallazgo, ya que
son muy esquivos es muy difícil encontrarlos tan de cerca en otras
regiones del país. En el «sendero de los monos» los más atentos podrán
ver familias enteras de la especie carayá.
Fuente: Diario
Ambito
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