Playas del Sur de Buenos Aires, familiar ... y poco conocido

A 630 kilómetros de Buenos Aires y 80 de Bahía Blanca, un balneario distinto y tranquilo donde ya invirtió Emanuel Ginóbili

La temporada alta pasó y las expectativas no son altas: debe haber pocos balnearios bonaerenses con menos difusión que Monte Hermoso, a 630 kilómetros de Buenos Aires y a 80 de Bahía Blanca. Pero una vez allí se descubre que el lugar es mucho más de lo que se podría esperar, con características propias que lo hacen único en la costa atlántica.

Surgió un poco por azar. Dos familias compraron allí tierras en 1897. Una, de origen francés, los Dufau; otra, inglés, los Culeston. Los primeros construyeron su primera estancia, El Recreo Viejo, de la mano del ingeniero Esteban Dufau, muy cerca de la playa, pero la arena los atemorizó y decidieron mudarse unos kilómetros más adentro, a orillas de la laguna del Sauce.

La segunda estancia se llamó El Recreo Nuevo y fue utilizada hasta que don Silvano y su esposa, María Gardey, legaron en vida las hectáreas a sus hijos: 2000 para Esteban y 2000 para Felisa, casada con Sansot.

Esteban tuvo entonces que construir una tercera estancia porque los cascos quedaron en tierras de su hermana: la llamó La Loma y aún hoy puede verse, lindera al puente de la entrada al pueblo.

Tierras sin camino donde todo llegaba por el océano, y fue desde el mar que surgió lo impensado: la madera para construir un hotel.

El 31 de marzo de 1917, una noche de viento y lluvia, navegaba cerca de Monte Hermoso el barco velero norteamericano Lucinda Sutton. Cargado de madera, se dirigía a Bahía Blanca proveniente de Brasil por el canal de navegación cuando la tormenta lo acercó hacia la costa: encallado, el capitán decidió tirar su cargamento y el mar lo acercó hasta la costa, tierras de Esteban.

"Donde no había nada, sólo médanos, Dufau imaginó un proyecto turístico y construyó el Hotel Balneario Monte Hermoso", cuenta Juan Sorensen, director del Museo Histórico, apasionado montehermoseño como muchos de los que viven aquí.

Quizá lo imaginó al contemplar los muchísimos rosas de la puesta del sol sobre el mar, uno de los pocos lugares de la costa atlántica donde el sol nace y se pone en el océano. O al partir, y entonces extrañar, inexorablemente, el omnipresente sonido del mar que se oía en todos los rincones del pueblo.

El hotel se inauguró el 1° de enero de 1918; hoy sería un cuatro o cinco estrellas. Ostentaba sus 140 metros de frente que daban al mar y contaba con 40 habitaciones con baños públicos compartidos -costumbre de la época-, tres salones grandes, un comedor para adultos y otro para niños, luz eléctrica a cuenta del propio generador, fábrica de hielo y soda, proyecciones de cine, casino y billar.

En la playa se llevaban dos cambiadores para que los huéspedes se pusieran el traje de baño -casi un vestido- y se metieran en el agua.

Un cocinero llamado Salvador Grecco se encargaba de la comida y la repostería, que al parecer era deliciosa. Los víveres llegaban por mar o a caballo desde la estancia de Dufau, a través de los médanos.

Aunque el hotel se inauguró con toda la pompa -gente de Bahía Blanca, Coronel Dorrego y hasta Buenos Aires llegó para veranear allí-, enseguida Dufau decidió vender su parte junto con 186 hectáreas a Antonio Benito Costa, que forestó durante décadas con el fin de fundar un pueblo. Fue en 1942 cuando la provincia de Buenos Aires aprobó el tejido urbano y comenzaron las primeras escrituras.

La arena avanzó sobre el hotel, hasta el techo. En 1958 cerró sus puertas definitivamente.

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