Al recorrer las extensas planicies rodeadas de volcanes de La Payunia, en el departamento mendocino de Malargüe,
pareciera que se avanza entre los restos de aquella gran bola de magma
burbujeante que fue la tierra alguna vez. Ya no hay más humo ni lavas
ardientes, pero reinan el silencio y la reseca desolación de un gran
cementerio geológico, donde sólo quedan las renegridas marcas de un
cataclismo universal. Entre volcán y volcán, ásperas lenguas negras de
lava endurecida dividen al medio la inmensidad de los valles del sur
mendocino.
A medida que la camioneta 4x4 se interna por La Payunia, desfilan tras
la ventanilla los majestuosos volcanes de perfecta forma cónica, cuyas
entrañas estallaron durante un “apocalipsis” de fuego hace muchísimo
tiempo. Los hay desde los 200 hasta los 3000 metros de altura. Y
prácticamente la totalidad del terreno está cubierta por restos
volcánicos. Al pie del volcán Santa María –en el Campo de Bombas– hay
una extensa planicie cubierta por millones de piedritas negras de unos
tres centímetros que se acumulan formando un extraño arenal negro de
gruesos granos. Su origen es la lava del volcán, que se fue degradando
hasta partirse y desmigajarse por todo el suelo. Al caminar por el
terreno se descubren desperdigadas por el suelo numerosas piedras
redondeadas del tamaño de las antiguas balas de cañón, que adquirieron
su forma cuando la furia del volcán las despidió por los aires al rojo
vivo.
Con una densidad de 10,6 volcanes por cada 100 kilómetros cuadrados, La
Payunia aspira al cetro de ser el campo geográfico más prolífico en
volcanes de todo el mundo. Y según los estudios científicos,
probablemente lo sea. Al valor geológico de La Payunia se le suma una
importancia ecológica de primer orden. El aislamiento geográfico y la
falta de agua han mantenido a La Payunia prácticamente deshabitada,
salvo por la presencia de algunos puesteros aislados, uno de los cuales
ofrece un excelente alojamiento. Este ambiente es entonces un área
segura para diversas especies animales que la eligieron como refugio. La
más común y numerosa es el guanaco. Por eso, no es difícil ver a
algunos de los 11.000 ejemplares que viven en La Payunia correteando a
la par de la camioneta a lo largo de todo el viaje.
Fuente: Página 12 Turismo
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