Los antiguos habitantes de La Rioja
dejaron también su huella en cuevas y aleros de montaña que utilizaron
como vivienda, depósito y enterratorio para sus muertos. Además,
cincelaron petroglifos en grandes paredones verticales y rocas a cielo
abierto. En el área conocida como Los Pizarrones, del Cañón de Talampaya,
están algunas de las muestras más representativas de los petroglifos
riojanos. Se trata de figuras que, se estima, fueron hechas por
indígenas agroalfareros de la cultura aguada y están en una especie de
panel de 15 metros de ancho de una formación sedimentaria, sobre una
pátina oscura generada por el bióxido de manganeso. Los grabados de Los
Pizarrones prefiguran formas antropomorfas (humanas) y zoomorfas. Entre
las humanas masculinas hay figuras con sexo prominente y los brazos en
alto. En cuanto a los animales, se puede reconocer la fauna casi
completa de la zona, tanto huellas como perfiles de guanacos, zorros,
ñandúes y pumas. Además hay una figura muy curiosa que representaría a
un hipocampo. Si así fuera cabría pensar que fue grabada por algún
miembro de las culturas próximas al océano Pacífico. También hay muchas
figuras geométricas, escenas de sacrificio de animales y signos
astrales. El petroglifo más llamativo es una escena de caza colectiva
con muchos individuos persiguiendo a sus presas.
En la zona del Parque Nacional Talampaya
se han comprobado ocupaciones humanas temporarias en un período que va
del año 120 al 1180 de nuestra era. Y muestra de ello son los varios
enterratorios encontrados en el lugar, como el fardo funerario de una
mujer de entre 18 y 20 años envuelta en un tejido de lana atado con dos
cordeles.
En la Puerta de Talampaya
se pueden ver más petroglifos y una gran cantidad de morteros cavados
en la roca uno al lado del otro. Dadas las condiciones poco habitables
del lugar, se cree que puede haber sido un centro ritual donde los
morteros se usaban para quemar inciensos alucinógenos, o fermentar la
vaina del algarrobo para hacer la chicha muy fuerte que usaban los
chamanes en las ceremonias de celebración de las cosechas.
Desde la ciudad de Villa Unión, quienes estén muy interesados en la
arqueología local pueden visitar el paraje conocido como La Isla, a 7
kilómetros de la ciudad. Allí hay una larga serie de petroglifos que,
según los arqueólogos, podrían haber sido realizados por una casta de
notables –sacerdotes, caciques o hechiceros– de la cultura ciénaga (año
200 al 400 d.C.), o quizá de la cultura de aguada (año 500 al 800 d.C.).
La cantidad de grabados supera el centenar de figuras de ñandúes,
felinos y diversos signos y figuras geométricas cuyo significado es
desconocido. Algunos han querido ver en los sofisticados signos de La
Isla un primer intento fallido de los habitantes de estas tierras en
plasmar por escrito sus palabras. El mensaje llegó hasta nuestros días,
pero en el camino del tiempo el posible significado se ha perdido.
Fuente: Página 12 Turismo
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