Reconocido tesoro natural cordobés, San Marcos Sierras aúna paisajes y modos de vida perdidos en el tiempo, que parecen aún más bellos en una escapada después de la temporada alta. Sabores artesanales, la hermosura de los ríos y una visita a las vecinas Cruz del Eje y Capilla del Monte.
Cumbre del cerro de La Cruz, mirador clave del pueblo y sus ríos.
“–¿Así que catalán como el Nano Serrat? Anda de viaje entonces...
–Como todos en la vida, hombre. Como todos.”
El escueto diálogo con Manolo, en la galería del hostel que cuida y administra desde hace más de un año, resume la esencia del pueblo que hoy lo abriga: estar de paso. Lo cual no significa vivir el presente sin que nada importe; por el contrario, cada instante allí es único.
San Marcos Sierras, verdadero icono de la vida hippie, es uno de los lugares más llamativos del valle cordobés de Punilla, donde las sierras pasan a segundo plano ante la cándida paz del pueblo. Su aire precolonial, entre marrones callecitas de tierra y el verde intenso del bosque nativo, suma dos ríos bellísimos y una impresionante variedad de pájaros que musicalizan el andar por el pago. “Es como la Purmamarca o la Cachi cordobesa”, resume un ávido viajante que eligió esta época para la visita, mientras degusta un fernet en la Vieja Esquina, frente a la plaza mayor.
Sentirse bien
No estar en plenitud con el alma es difícil en San Marcos Sierras. Andar allí a otras velocidades es algo desubicado, y los oriundos del pago lo hacen sentir si hace falta. Bien escaso si los hay, el silencio es una constante en residentes y visitantes, que rápidamente se involucran en ese sentir bien local. La paz se altera sólo los fines de semana de verano, cuando la plaza mayor cobra vida nocturna y todos se confunden en pequeños y grandes grupos al sonido de instrumentos de viento, tambores, guitarras y charangos para navegar ritmos variados del folclore al reggae y del ska al cuarteto.
Justo en diagonal a la plaza, una callecita concentra la feria artesanal, donde es posible conseguir otro de los tesoros regionales: sus productos orgánicos. Reconocida como Capital Cordobesa de la Miel por su fabuloso trabajo con la apicultura, y proveedora del verdadero aceite de oliva extra virgen, San Marcos Sierras no sólo se visita, sino que se degusta. Y también se disfruta, con una oferta de cuidados para el cuerpo y la mente que va desde los clásicos masajes relajantes y una buena sesión de hidromasaje hasta técnicas de shiatsu y reiki, para encontrarse con el “yo interior” desconectado.
La energía está también muy cerca de sus dos ríos, herederos del legado de los comechingones, establecidos en este conjunto de bosques semiescondido en las Sierras Chicas. Su historia sigue presente en varias postas del lugar y, particularmente, en la utilización que daban a las piedras que se notan por doquier. Dicen allí que los hombres de este pueblo originario solían utilizar las mismas piedras que hoy están a la vera de sus dos ríos para construir viviendas, para derivar las aguas y dar vida a cultivos, para moler en sus cavidades algunos alimentos y hasta para preparar algunas mezclas que los conectaban con los astros. Esas piedras son todo un emblema del pueblo, y parte de la genial obra de ingeniería que desvió cauces y sirvió para construir acequias. San Marcos, claro, se renovó luego con la llegada de inmigrantes europeos, y algunos de provincias cercanas (rosarinos sobre todo) aficionados a una filosofía hippie. Todo integrado en una “comunidad heterogénea, nutrida de esa diversidad”, como definen algunos de sus vecinos más antiguos.
Entre las aguas
Lo primero que llama la atención cuando el ómnibus entra a San Marcos es el río del mismo nombre, que abre el pueblo al medio con su curioso cauce de agua saltando por encima de la avenida principal. En días de lluvias y crecidas se cierra el paso al tránsito para que la corriente no arrastre los vehículos, de modo que hay que dar un largo rodeo para pasar de un lado a otro. Las cosas son así: se trata de no alterar la naturaleza por sobre todas las cosas. Para los de a pie, en cambio, un puente cruza ambas orillas, y entonces los visitantes y locales pueden pasear a gusto por su espléndida “costanera”.
Camino abajo del cauce San Marcos, poco pasa. Camino arriba, ya es otro tema: sus planchones de aguas calmas invitan a la mateada entre las rocas, y al refresco para llevar bien el todavía vigente calor serrano, mientras se observan las desviaciones para La Atalaya, su famosa acequia vieja. Un poco más lejos, también sobre el río, surge el viejo Molino Harinero, de esplendor en el siglo XVII y en funcionamiento hasta 1950. Una quebrada del San Marcos propone un camino serpenteante hasta el Diquecito, donde el río se torna más atractivo, con playitas y lugares para acampar. Y en el camino se notan los viejos morteros aborígenes, otra de las huellas de los comechingones en el lugar.
Las fuentes termales Agua Mineral Chica y Grande, a pocos metros del río, continúan el clima de espacio natural, donde se ofrecen a toda hora caminatas, paseos en bicicletas de montaña y cabalgatas. Junto al trekking al cerro de La Cruz, un ascenso escarpado de media hora hasta un mirador son las excursiones más habituales y recomendadas.
La otra visita ineludible es al Quilpo, río enigmático si los hay. Entre sus muchas bajadas hay un camping que permite poner la carpa y disfrutar de uno de los pocos cauces aún activos y sin contaminación del centro del país. La transparencia del Quilpo permite observar el fondo en muchos de sus tramos; mal negocio para algunos peces que andan por ahí y suelen ser presa de esporádicos pescadores. Unos 300 metros arriba, un conjunto de rocas enormes forman cursos paralelos y minicascadas, utilizadas por los visitantes como verdaderos hidromasajes naturales. Para llegar a este río hay que alejarse unos cuatro kilómetros del pueblo, hasta la entrada del balneario principal Tres Piletas, que además de esos piletones que le dan nombre cuenta con una despensa abierta todo el día, con algunas provisiones, parrillitas y sanitarios.
Capilla y Cruz del Eje
A diario, colectivos de línea salen de San Marcos a Cruz del Eje, cabecera del departamento provincial, separada apenas 24 kilómetros. Allí también se respiran aires de villa y sus fincas regadas de miles de arbustos dan cuenta de una de sus celebraciones anuales: la Fiesta Nacional del Olivo. Además de la creciente oferta de estancias para pasar unos días sin hacer nada, comiendo de lo lindo y disfrutando de “los 300 días promedio de sol al año”, como se promociona el pago, la ciudad posee algunos atractivos que fusionan lo natural con lo histórico.
El primero comienza en el Dique Arturo Illia, gigantesca obra hidráulica que alberga un espejo de agua de 1200 hectáreas por la afluencia de los ríos San Marcos, Quilpo y de la Candelaria. Edificado en la década del ‘40 para generar energía y abastecer de agua potable y riego a la zona, este embalse es a su vez un mirador fabuloso de la ciudad. También en referencia al ex presidente Illia llega otro recomendado: su vieja casa, en la calle Avellaneda 181. Su estructura es, más por historia que por arquitectura, un verdadero monumento histórico, en cuyo frente relucen placas de bronce recordatorias. Una escapada a la isla de los patos (ya sin tantos patos), una recorrida a la parroquia Nuestra Señora del Carmen y a los balnearios del dique completan la escapada.
Siguiendo 20 kilómetros hacia el norte, llega Capilla del Monte. Bastante antes, y a la izquierda sobre la ruta, despierta la atención la presencia del mítico Uritorco. Vigía del pueblo y gran parte de Punilla desde sus casi 2000 msnm, esa ancha silueta sabe de historias y relatos como pocos lugares sobre la tierra: sobre él desfilan cientos de versiones en relación con el avistaje de ovnis, aunque puertas adentro del pueblo suele hablarse más de “la energía del cerro” que de extraterrestres. Como quiera que sea, la llegada hasta su cima es “el” programa de estos lares, y se ofrece de las formas más diversas, de a grupos y con guías expertos en el tema. En general la excursión comienza en el balneario La Toma (el más bello de Capilla, a cinco kilómetros del centro y lindante con el puente colgante del río Calabalumba), y se camina unos seis kilómetros durante tres horas en promedio. El premio es nada menos que un mirador alucinante de todo lo que yace por debajo.
Entre las muchas cosas para hacer además del Uritorco, hay un trekking cercano que puede combinarse en el día. Se trata del famoso Paso del Indio, al que se accede sobre el río Dolores antes de su unión con el Calabalumba, entrando a una playa privada escondida en plena naturaleza. Adentro se puede ir a la unión de los ríos, descansar en la playa o partir directamente al desafío de escaleras de piedra, cuevas y caminos angostos y en subida. De regreso, el chapuzón es una fija para renovar las fuerzas y dar el último vistazo al pueblo, donde se consiguen algunas conservas y productos naturales exquisitos. Nuevamente en San Marcos, y antes de partir, hay que darse una vuelta por el Museo Hippie, un espacio en el que sobrevuela el esplendor de la época sesentista, con una exposición de escritos y elementos que le hacen honor, entre obras de arte y música de los Beatles. La otra visita histórica es a su iglesia, construida por los jesuitas entre 1691 y 1734, con rastros visibles del trabajo de aquellos tiempos
Fuente: Página 12
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